"Dios toma la iniciativa y propicia los medios necesarios para que vivamos junto con Él; pero es preciso tener en claro que corresponder a la iniciativa de Dios implica exigencias..."
Responder a la vocación cristiana es una tarea de todos los días
Por José Daniel Flores Alvarado
En su mayoría los cristianos hemos sido bautizados en los primeros meses de vida fuera del vientre de la madre. Después de este gran, importante y significativo acontecimiento en el que somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, en el que llegamos a ser miembros de Cristo, incorporados a la Iglesia y hechos participes de su misión (Cfr., CEC 1213), sucede que a algunos se les brinda en casa una formación humana y cristiana adecuadas, a otros se les ha dado en la parroquia, y a algunos más se les ha dejado al margen.
No obstante, tanto a unos como a otros, parafraseando un canto de piedad mariano, con el tiempo poco a poco nos vamos alejando y olvidando de la nueva condición que nos viene por el bautismo, de la condición de cristianos.
Dios llama al hombre a participar de su vida divina y el hombre es capaz de responder a esta llamada por Cristo y en Cristo que es el Mediador entre Dios y los hombres. Por Cristo, porque con su vida, pasión, muerte y resurrección nos ha constituido justos, pues por Adán habíamos sido constituidos pecadores (Cfr., Rm 5, 19); el signo visible de esta realidad es el bautismo: “significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo” (CEC 1239). En Cristo, porque el ya bautizado es hijo en el Hijo y, como tal, ha de procurar imitarlo, seguir sus huellas, vivir como Él. “Cristo es la justicia, la sabiduría, el poder, la verdad, la bondad, la vida, la salvación, la incorruptibilidad, la inmortalidad, la virtud que está por encima del cambio y la mutación, y cualquier otro concepto sublime que se pueda expresar por medio de estos nombres” (Sobre la vocación cristiana, Gregorio de Niza).
Luego entonces, concluimos que Dios toma la iniciativa y propicia los medios necesarios para que vivamos junto con Él; pero es preciso tener en claro que corresponder a la iniciativa de Dios implica exigencias. Ya desde el pueblo elegido en el Antiguo Testamento se nuestra esta realidad; llegada la plenitud de los tiempos en Cristo, no es la excepción, Él nos pide imitarlo: “Os doy un mandamiento nuevo; que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros” (Jn 13, 34). Y esta exigencia no tiene vacaciones, es una respuesta que ha de darse cada día y en cada actividad.